“No hay reconstrucción de los proyectos revolucionarios sin recomposición anímica de nuestras propias fuerzas”
En medio de los delirios supremacistas de las
nuevas derechas y la desolación anímica que proponen los progresismos, Exposto
invita a pensar el efecto terapéutico de las luchas, o “lo que las luchas
emancipadoras hacen de nuestros cuerpos, deseos y subjetividades”. Para el autor, allí habita una
potencia frágil, pero eficaz para afrontar los padecimientos que expande el
capitalismo sobre los sujetos: “no como impotencia, sino como potencia de otro
signo”. Porque disputa anímica y lucha política, son asuntos comunes.
En el libro
aparece un concepto, entre otros, que es el de “malestar psíquico”, que informa
sobre ansiedades, pánicos, miedos, etc. Hay una “precarización existencial”.
Existen vidas que no encajan en el sistema. En ese marco, pensaba cruzando
lecturas, que una labor estratégica que tenemos es recuperar cierta
“autoestima”, entendida no como algo individual sino social, colectivo, de
clase, donde aparece a la orden del día volver a valorizar a la fuerza social
trabajadora. Recuperar esa fuerza desde el concepto de productores. Lo que han
hecho los gobiernos progresistas es opacar ese rol subjetivo y siempre aparece
el estado y los liderazgos. ¿Hay una tarea de recuperar la centralidad de la
clase trabajadora como productora?
Si, primero
quisiera empezar por esa premisa del “malestar psíquico”, subjetivo, los
padecimientos, los sufrimientos, etc. Porque me parece que no es necesario ir
mucho mas allá de nosotros mismos y de quienes nos rodean, para detectar que a
raíz de la pandemia se aceleró o profundizó una crisis de las subjetividades o crisis
de nuestra “salud mental”. Una intensificación de una serie de padecimientos,
malestares muy diferenciales y desiguales, que yo intento pensar como síntomas políticos
que se elaboran en nuestra vida personal y experiencia singular. Cuando digo
síntoma político quiero señalar síntomas cuya causalidad estructural se
encuentra en determinantes sociales como el aumento de la desigualdad, la
precariedad de la vida, etc. Eso se va manifestando de manera creciente en
ciertos “problemas psíquicos” que tienen que ver con ansiedades, depresiones,
aumento de los trastornos alimentarios, etc.
Uso la palabra
síntoma en sentido político, no médico o psicológico. Es decir, me interesa
redefinir lo sintomático como potencia, reapropiarnos de la fuerza de los
malestares como energías de resistencia. Hay una dignidad en el malestar que es
preciso resignificar y organizar políticamente. Porque la crisis de la salud
mental la podemos pensar como la epidemia antes de la pandemia, como dice un
amigo. Alcanza con revisar algunas cifras, aunque siempre haya que sospechar de
ellas, para cotejaren los últimos años el aumento del consumo de psicofármacos,
el aumento de las consultas de servicio psicológico y psiquiátrico, la
medicalización de las infancias, entre otras cosas. Esto antecede con creces a
la pandemia y esta lo ha acelerado.
En la coyuntura de
la pandemia, sin embargo, nos enfrentamos a una paradoja. Porque, por un lado,
la pandemia puso en la opinión pública el problema de la salud mental, pero de
una manera banal, profesional, mercantil e individualista. Esto es: los
malestares son tratados como problemas personales, privatizados y medicalizados.
Siempre pareciera que hay una droga psiquiátrica para cada padecimiento. Es
como una omnipresencia de la “salud mental”, pero que tiende a individualizar,
medicalizar o patologizar a las personas que atravesamos padecimientos, y a su
vez tiende a profesionalizar las respuestas como un tema de especialistas.
Como colaborador y
participante delos activismos en salud mental, percibo el armado de un
movimiento social que ubica el malestar en el centro de sus problemas
políticos, organizativos y de conocimiento. En ese marco, me interesa pensar,
recurriendo a Santiago López Petit, Mark Fisher, Diego Sztulwark, los
feminismos y disidencias, el desafío de la politización de los malestares o de
la disputa anímica. En el camino de esa politización, los padecimientos los podemos
empezar a asociar a una precariedad existencial, psíquica, que no se
corresponde directamente con la precariedad económica, aunque hay una relación
siempre compleja.
Y algo más en
términos de una perspectiva clasista en la militancia en salud mental. Una
hipótesis política muy interesante de Fisher. Dice lo siguiente: el resultado de
la derrota de los procesos revolucionarios, podríamos detectar que responde a
aquello que Fisher llama la depresión colectiva de las clases trabajadoras
y populares. Precariedad psíquica. Por eso, el proyecto de reconstrucción de la
conciencia de clase no es sino el proyecto de reconstrucción de los propios
ánimos de las clases. O en otros términos, que no hay reconstrucción de
los proyectos revolucionarios sin recomposición anímica de nuestras propias
fuerzas. Lo que implica un empoderamiento para recomponer lo que podemos,
queremos, deseamos.
El libro está
plagado de conceptos. Alguien dijo que hacer filosofía es crear conceptos y en
este caso, encuentro conceptos como “terapia política”, “punitivismo
terapéutico”, “unidades terapéuticas de base”, “paro existencial”,
“extractivismo subjetivo”, etc. ¿son conceptos desplegables?, ¿pueden habilitar
orientaciones, líneas, etc)?
Un amigo dice que
escribir es “informar lecturas”. Es tratar de pasar por la propia vida, por la
propia posibilidad de generar conceptos, acciones y cartografías, aquellas
lecturas que a uno lo han conmovido, o más grandilocuentemente como decía
Deleuze, “aquellos textos que uno ama”. Mi deseo es construir un tipo de
lenguaje, una serie de enunciados, que puedan generar saberes útiles al interior
de una disputa anímica, dada mi implicación y compromiso con una variedad de
luchas, activismos e investigaciones militantes en el campo de la “salud
mental”.
Uno de los núcleos
es esto que vos señalabas: la relación entre terapia y política. Entre lo político
y lo terapéutico, que es algo que trabaja Bifo Berardi, y otros autores y
autoras. A mí me interesaba pensar la dimensión terapéutica de la política.
Pensar lo terapéutico desde el punto de vista de las luchas, detectando que hay
una serie de resistencias, desobediencias feministas, ecológicas,
queer, obreras, etc, que generan un efecto terapéutico en nuestras propias
vidas. Dicho en otro lenguaje, que modifican nuestras formas de sentir, desear,
nuestra relación con el sufrimiento. Las luchas modifican nuestra manera de
pensar y actuar. A eso, yo lo llamaría efecto terapéutico de las luchas. Porque se
crea una mutación subjetiva en nosotros mismos, como resultado de la eficacia
subjetiva de esas luchas. Lo terapéutico, la psicopolitica popular y desde abajo,
es el intento de nombrar eso que las luchas hacen de nuestros cuerpos.
Mi interés no es
la terapia individual. Al contrario, el libro es una critica del modelo
terapéutico hegemónico, que cada vez más asume la forma de coaching,
psicologías, psicoanálisis, autoayuda, etc. ¿Podemos sanar nuestras vidas
dañadas, a la vez que cambiamos el mundo?¿Son procesos separados los problemas
de la política colectiva y dela terapia individual, donde uno va al psicólogo, por
un lado, y en el otro lado, milita, activa, etc.? El deseo del libro es aportar
lenguajes políticos para construir grupos militantes de apoyo mutuo y acción
directa.
En ese sentido, hay
un texto que a mí me marcó mucho que es “La izquierda sin sujeto” de León
Rozitchner. Traducido en dialogo de café, Rozitchner diría algo así: parecería
que nosotros tendríamos que dejar nuestros problemas personales en la puerta del
local o de la unidad básica. Puesto que para militar hay que olvidarse de los
problemas personales, y se nos dice que el partido y el sindicato ya en si
mismo son un signo de salud y bienestar. Al contrario, me interesa pensar como
la militancia, sin dejar de lucharpor reivindicaciones concretas y por
transformar la realidad social, puede devenir una especie de “unidad psicopolitica
de base”. Una psicopolítica alternativa, donde haya algo de la sanación de las
propias vidas, en el momento mismo en que nos organizamos para combatir la
explotación, la precariedad, etc.
Claro, como
plantea Savater, hay una idea que separa el análisis personal de las labores
colectivas y políticas. Recuerdo eso que dice Sztulwark, que los grupos por si
solos tampoco nos van a salvar. Un absolutismo en ambos bandos (individual por
un lado, colectivo por el otro), donde se prioriza al extremo una de las dos
instancias. Y vos lo planteas cuando decías, “somos posibilidad y somos
obstáculo”.
Los feminismos
dicen: lo personal es político. Y, en ese sentido, hay algo que señala bien
Amador Fernández-Savater. Es la idea de que si hay una “izquierda sin sujeto”,
es aquella que banaliza nuestros afectos, sensibilidades, como un problema
secundario, subordinado a la lucha política. Mi impresión es que la lucha de
clases pierde mucho espesor sensible cuando nuestros estados de ánimo, nuestros
deseos, malestares, nuestras fantasías, quedan subordinadas como un momento
siempre secundario de la lucha programática, institucional, estratégica, etc.
Esa banalización de la vida anímica es un problema caro a las izquierdas
clásicas. La lucha sindical, por ejemplo, alcanzaría para resolver nuestros
padecimientos.
Mi impresión es
que la transformación de nosotros mismos, en la medida en que el enemigo habita
en cada uno de nosotros, es condición de posibilidad necesaria pero no
suficiente para la transformación social. Combatir es también
combatir contra nosotros mismos, contra aquello que tenemos incrustado del
enemigo en nosotros mismos, en nuestras prácticas patriarcales, xenofóbicas,
trans-odiantes, cuerdistas, etc. Este es un momento crucial de todo momento de
trasformación social. Esto no quiere decir que primero tenemos que
transformarnos a nosotros mismos y después tratar de transformar el mundo.
Y tampoco se resuelve con la enunciación “hay una dialéctica”. Sino que la
transformación que nos proponemos es tan radical que nos implica a nosotros de
cabo a rabo, implica todo nuestro ser, siempre que entendamos que la lucha
política no es solo un problema de conciencia, algo racional, ya que involucra
activar fuerzas, movilizar afectos, conmover nuestras sensibilidades, como dice
Amador con cierto eco de León Rozitchner. Me da la impresión que lo terapéutico
como dimensión de lo político, y lo político como dimensión de lo terapéutico,
hacen de la vida dañada, de nuestras propias vidas rotas, una dimensión
estratégica de la disputa anímica.
"A mí me interesaba pensar la dimensión terapéutica de la política. Pensar lo terapéutico desde el punto de vista de las luchas, detectando que hay una serie de resistencias, desobediencias feministas, ecológicas, queer, obreras, etc, que generan un efecto terapéutico en nuestras propias vidas".
La terapia política, aparece como una disposición a
la escucha, una capacidad de componerse, la posibilidad de visualizar rupturas,
etc. Y la izquierda siempre ha forzado esos momentos, y el progresismo a
tratado a los sujetos como víctimas. ¿Crees que es posible una práctica de
terapia política desde las organizaciones?.
No quisiera quedar
en el lugar de decir lo que hay que hacer. Por este motivo, voy a retomar a
gente que dijo cosas importantes. Se me ocurre retomar a Deleuze y Guattari. Y,
en lo principal, traer el concepto de esquizoanalisis. La voluntad de
Guattari en el esquizoanalisis es elaborar una plataforma de análisis militante.
Su deseo es crear dispositivos de clínica política, mediante la cual expropiarle
la propiedad sobre el tratamiento de nuestros afectos a la burocracia del
padecimiento psi, a la piscología, el psicoanálisis, la psiquiatría, etc. En
otros términos, que la llamada salud mental no es un problema de los aparatos
psi de dominación, sino de lo que hacemos nosotros en distintos espacios y
tiempos por nuestra disputa anímica.
Lo popular en
salud mental o la salud mental desde abajo son aquellas prácticas que producen vectores de disputa anímica, más allá del vínculo de poder entre
los pacientes y los profesionales, entre los usuarios y los trabajadores de
salud mental. La pregunta es: ¿Cómo producimos salud mental en los barrios, las
asambleas, organizaciones, movimientos, hogares, y en los encuentros más
inesperados? Esto ha ocurrido en la pandemia: las prácticas de cuidados
colectivos y de acompañamiento comunitario más allá del saber psi oficial,
estuvieron en la primera fila para enfrentar los padecimientos subjetivos
relacionados con el Covid.
Por ultimo,
agregaría un aspecto más programático, estratégico en la lucha contra el sistema, tanto en su dimensión psiquiátrica como psicológica, terapéutica o
psicoanalítica. Con Gabriel Rodríguez Varela, un esquizoanalista compañero de la
Catedra Abierta Félix Guattari, en 2018 o 2019 empezamos a llamar “análisis
militante” a una cierta hipótesis. Nuestra idea era acelerar el proceso en
curso de democratización de la función analista, democratizar las practicas que
ahora mismo vienen politizando nuestros deseos, malestares, disfrutes, etc. Y profundizarlas,
en el sentido de multiplicar esas prácticas en gremios, fabricas recuperadas,
grupos, colectivos, etc. En esta idea de la salud mental desde abajo como construcción
de dispositivos de análisis militante (no como militante orgánico), se trata de
entender que esos dispositivos son ya políticos. Se trata de formas de
politización del malestar, autogestivas y en primera persona.
Y otro tema que
queda sonando es el de la crisis. La crisis existencial decías al principio.
Pero esas instancias pueden pensarse como crisis capitalistas. El tema seria
pensar como se transforman en crisis contra el capitalismo.
Es siempre difícil
hablar de la crisis desde la comodidad del hogar. Hay una idea que trabaja el
Colectivo Situaciones de la crisis como punto de vista. No como el infierno del
cual hay que salir, el caos o el orden, sino como perspectiva, premisa de toda
politización emancipadora. Como un punto de vista contra la normalidad. En este
sentido habría que decir que las crisis son siempre experiencias ambiguas,
pueden ser devastadoras o pueden ser una oportunidad política. A mí en el libro
me interesaba pensar como la crisis del capital y la crisis en nuestra
capacidad para imaginar futuros emancipatorios, se encarna de manera particular
en nuestras propias crisis subjetivas. En nuestros malestares. Pensar la
coexistencia entre nuestras propias crisis subjetivas, junto a las crisis
sanitarias, económicas, políticas, sociales, ecológicas, etc.
Llamaría crisis
subjetiva, retomando a los Situaciones, a aquel momento existencial en el
cual las premisas sensibles que organizan nuestra existencia, creencias,
sensibilidades, percepciones del mundo, implosionan, colapsan. Se desfondan.
Cuando estas experiencias o premisas implosionan, lo primero que nos propone el
orden psi es tratar de normalizar la crisis y producir bienestar. Así opera el
orden psi del capital, donde no conviene habitar el dolor.
¿Qué pasa si nos
aliamos con los malestares, si hacemos de nuestras crisis un punto de vista, si
adoptamos nuestras experiencias como premisa de investigación y acción? ¿Aparecen
nuevas preguntas, perspectivas, inteligencias colectivas y una cierta fragilidad
que hay que habitar?
"Lo popular en salud mental o la salud mental desde abajo son aquellas prácticas que producen vectores de disputa anímica, más allá del vínculo de poder entre los pacientes y los profesionales, entre los usuarios y los trabajadores de salud mental. La pregunta es: ¿Cómo producimos salud mental en los barrios, las asambleas, organizaciones, movimientos, hogares, y en los encuentros más inesperados?"
Hablas de crisis y
me viene 2001. Surgen imágenes creativas como las que señala Situaciones, y
otras terribles, que se sienten en el cuerpo. Me quedo con ese concepto de
implosión, porque señala la necesidad de estar a la escucha en los territorios.
Tiene que ver directamente con la clínica política. Tal vez se trata de
entender que los padecimientos son constitutivos. Y un tema que vos
problematizas en el libro cuando decís: “normalizar desde arriba y politizar
desde abajo”. Más pensado, intuyo, como una coexistencia de fuerzas, que como
posiciones estancas.
Me interesa esa
afirmación: “los padecimientos son constitutivos”. Me pregunto: ¿Como no
relacionarnos con los padecimientos de una manera solucionista, simplificadora
o reduccionista? Porque eliminar el malestar parece ser el sueño, bastante
totalitario, mediante el cual con la eliminación del capitalismo se van a
eliminar todos nuestros problemas psíquicos. Me parece que tenemos que tener
una relación más ambigua con estos padecimientos. La frase “no era depresión
era capitalismo” a mí me gusta mucho porque expresa cierto estado de ánimo de la
lucha social, pero tendría un poco de cuidado, una cierta ambivalencia. En mi
caso, retomando lo que dicen otros activistas, diría “es anorexia y es
capitalismo”. Y son muchas otras cosas más que capitalismo, como patriarcado,
industria de la dieta, etc. Porque no se qué pasará en el comunismo, en mi caso
quizás siga teniendo problemas alimentarios. Esa ambigüedad de los afectos, su
fragilidad, tal vez sea una vulnerabilidad con la cual aliarnos.
A mí me gusta una
concepto, una perspectiva sensible en la cual viene insistiendo Amador Fernández-Savater.
Me refiero al concepto de “la fuerza de los débiles”. Como una fuerza propia, cualitativamente
distinta a la fuerza de los fuertes. Una potencia frágil, que es preciso no
pensar como impotencia, sino como potencia de otro signo. Hemos tendido a
pensar las fuerzas desde la óptica del enemigo, decía Rozitchner. Me interesa
menos pensar la potencia nuestra como prepotencia fascista, como productivismo
neoliberal, o omnipotencia izquierdista, sino como una potencia frágil, que
genera ambivalencias, vulnerabilidades que pueden ser armas de sabotaje. Porque
nuestros padecimientos no son simples impotencias. Los progresistas nos piensan
como víctimas impotentes que necesita ser “curadas”. Pero nuestros malestares,
también pueden ser fuerzas de insumisión, puede ser potencias de resistencia.
Y en relación a
esto, vos planteas en las “Máquinas Psíquicas”: “el deseo no es algo dado”. No
hay un deseo capitalista por un lado y comunista por el otro. No hay un deseo
liberado.
Uno lee a Deleuze
y Guattari, y tiene una cierta impresión: contra el deseo aparece la captura,
el encierro, la sociedad de control, etc. En un contexto donde el capitalismo
ha devenido una “maquina deseante”, donde el capital pone a trabajar nuestras
sensibilidades, deseos, lenguajes, que explota y genera un extractivismo muy
particular de la subjetividad, me interesa pensar el deseo como lo plantea
Berardi, como un campo de fuerzas ambiguas. O, con Rozitchner, como “un nido de
víboras”, donde habitan pulsiones de resistencia, desobediencia e
insumisión, pero también pulsiones que reproducen formas de dominación,
opresión, etc.
El tercer capítulo
del libro intenta de manera exploratoria y defectuosa responder a dos preguntas
conmovedoras para mi. Una, se la hace Rozitchner en “La izquierda sin
sujeto”: ¿Cómo producir nosotros lo contrario que el sistema capitalista
produce?, ¿cómo producir nosotros deseos contrarios al capital?. La otra
pregunta, se la leía Marcelo Percia en “Sujeto Fabulado”: ¿Cómo acontece
que deseos nacidos en el capitalismo no quieran el capitalismo?.
Yo no sabría que
decir. No tengo respuestas para esas preguntas. Por eso escribí el libro.
Por último, en un
momento señalas la necesidad de “tomarse en serio los delirios capitalistas”.
Algo que parece muy actual, y se me viene a la cabeza Milei pero me parece que
lo trasciende. Muchas veces estamos tentados a reírnos, descalificar, ironizar
esas fuerzas. Pero es posible entender que a luchas activas como las del
feminismo le corresponden respuestas reaccionarias intensas. ¿Estas
experiencias de las derechas dicen también sobre este malestar psíquico?,
¿ordenan algo?.
Si hay una fuerza
antagónica a la nuestra que está politizando los malestares es el fascismo, las
nuevas derechas, etc. ¿Cuál es el signo de esa politización?. Es una
politización que no genera efectos emancipatorios sino que surge de un
supremacismo amenazado en sus privilegios. Un supremacismo decadente que, como
diría Sztulwark, busca reforzar el orden de la opresión.
Primero, creo que no
habría que tratar este delirio como motivo de burlas, apelando a un cinismo
lucido. Son delirios grandilocuentes, grotescos. Preguntarse cómo funciona ese
carácter alucinatorio de las derechas es importante, porque el enemigo anuncia
el comunismo cuando ni siquiera nuestras fuerzas parecieran tener la potencia
necesaria para plantear la discusión en la torno al comunismo con la
verosimilitud y los obstáculos que eso implica. Por eso, me interesa más, como
dice Juan Mattio, “disputar los delirios”. Hubo un momento en que las
izquierdas hegemonizamos la imaginación política radical, donde las imágenes de
futuro y presente radical parecían delirantes. Como recuperamos los delirios
por izquierda, unas fantasías políticas que no se detengan en las obviedades
derrotadas del “realismo capitalista”. Sin ese componente alucinatorio o
delirante que, en política, es capaz de genera imágenes de futuro, todo se
vuelve demasiado evidente. Sin esas potencias disruptivas, no puedo imaginar de
qué modo organizar fuerzas distintas a las fuerzas del delirio del enemigo. Porque
si le respondemos con la mesura del progresismo o la seriedad de la izquierda
tradicional, que dice que no alcanza la relación de fuerzas, que achata los
imaginarios, seremos solo impotentes.
Tal vez otra
respuesta que no sirve seria considerar a esos deseos fascistas como “falsos”.
Siguiendo tu análisis podríamos pensar que esos deseos no son verdaderos ni
falsos sino productivos. Habría que pensar si no son producto también de una
crisis de las terapias políticas progresistas.
Los fascismos puede
ser leídos en términos de síntomas políticos que manifiestan la reacción de los
fuertes ante sus privilegios en decadencia. Una reacción ante las fuerzas de
las luchas. Por ultimo, no me gusta esa frase que nos dice que no debemos “confundir
deseo con realidad”, porque supone que los deseos son una especie de distorsión
perceptiva respecto a las relaciones de fuerzas reales. La pregunta que me
haría es como lograr una conciencia concreta para identificar los obstáculos
reales que enfrentamos para trasformar la realidad, sin banalizar nuestros
deseos, fantasías, delirios, como si fueran componentes sospechosos y
distorsivos.
*Emiliano Exposto
es investigador, militante y docente.
* Lic en Ciencias Políticas de la Universidad Nacional
del Comahue- CURZA.
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