“No hay reconstrucción de los proyectos revolucionarios sin recomposición anímica de nuestras propias fuerzas”

Por Patricio Lobos*.  La disputa anímica en términos políticos se ha vuelto un elemento estratégico. Así lo entienden, especialmente, las derechas y los medios de comunicación, que han delirado el panorama político a nivel mundial, regional y local, produciendo claros efectos en las subjetividades contemporáneas. ¿Cuál es la labor de la izquierda cuando el horizonte de las posibilidades e imposibilidades políticas está hegemonizado por las derechas?. Sobre este tema y otros de actualidad, conversamos con Emiliano Exposto*, autor del libro: “Las máquinas psíquicas. Crisis, fascismos y revueltas”, editado por La Docta Ignorancia (2021).

En medio de los delirios supremacistas de las nuevas derechas y la desolación anímica que proponen los progresismos, Exposto invita a pensar el efecto terapéutico de las luchas, o “lo que las luchas emancipadoras hacen de nuestros cuerpos, deseos y subjetividades”. Para el autor, allí habita una potencia frágil, pero eficaz para afrontar los padecimientos que expande el capitalismo sobre los sujetos: “no como impotencia, sino como potencia de otro signo”. Porque disputa anímica y lucha política, son asuntos comunes.

En el libro aparece un concepto, entre otros, que es el de “malestar psíquico”, que informa sobre ansiedades, pánicos, miedos, etc. Hay una “precarización existencial”. Existen vidas que no encajan en el sistema. En ese marco, pensaba cruzando lecturas, que una labor estratégica que tenemos es recuperar cierta “autoestima”, entendida no como algo individual sino social, colectivo, de clase, donde aparece a la orden del día volver a valorizar a la fuerza social trabajadora. Recuperar esa fuerza desde el concepto de productores. Lo que han hecho los gobiernos progresistas es opacar ese rol subjetivo y siempre aparece el estado y los liderazgos. ¿Hay una tarea de recuperar la centralidad de la clase trabajadora como productora?

Si, primero quisiera empezar por esa premisa del “malestar psíquico”, subjetivo, los padecimientos, los sufrimientos, etc. Porque me parece que no es necesario ir mucho mas allá de nosotros mismos y de quienes nos rodean, para detectar que a raíz de la pandemia se aceleró o profundizó una crisis de las subjetividades o crisis de nuestra “salud mental”. Una intensificación de una serie de padecimientos, malestares muy diferenciales y desiguales, que yo intento pensar como síntomas políticos que se elaboran en nuestra vida personal y experiencia singular. Cuando digo síntoma político quiero señalar síntomas cuya causalidad estructural se encuentra en determinantes sociales como el aumento de la desigualdad, la precariedad de la vida, etc. Eso se va manifestando de manera creciente en ciertos “problemas psíquicos” que tienen que ver con ansiedades, depresiones, aumento de los trastornos alimentarios, etc.

Uso la palabra síntoma en sentido político, no médico o psicológico. Es decir, me interesa redefinir lo sintomático como potencia, reapropiarnos de la fuerza de los malestares como energías de resistencia. Hay una dignidad en el malestar que es preciso resignificar y organizar políticamente. Porque la crisis de la salud mental la podemos pensar como la epidemia antes de la pandemia, como dice un amigo. Alcanza con revisar algunas cifras, aunque siempre haya que sospechar de ellas, para cotejaren los últimos años el aumento del consumo de psicofármacos, el aumento de las consultas de servicio psicológico y psiquiátrico, la medicalización de las infancias, entre otras cosas. Esto antecede con creces a la pandemia y esta lo ha acelerado.

En la coyuntura de la pandemia, sin embargo, nos enfrentamos a una paradoja. Porque, por un lado, la pandemia puso en la opinión pública el problema de la salud mental, pero de una manera banal, profesional, mercantil e individualista. Esto es: los malestares son tratados como problemas personales, privatizados y medicalizados. Siempre pareciera que hay una droga psiquiátrica para cada padecimiento. Es como una omnipresencia de la “salud mental”, pero que tiende a individualizar, medicalizar o patologizar a las personas que atravesamos padecimientos, y a su vez tiende a profesionalizar las respuestas como un tema de especialistas.

Como colaborador y participante delos activismos en salud mental, percibo el armado de un movimiento social que ubica el malestar en el centro de sus problemas políticos, organizativos y de conocimiento. En ese marco, me interesa pensar, recurriendo a Santiago López Petit, Mark Fisher, Diego Sztulwark, los feminismos y disidencias, el desafío de la politización de los malestares o de la disputa anímica. En el camino de esa politización, los padecimientos los podemos empezar a asociar a una precariedad existencial, psíquica, que no se corresponde directamente con la precariedad económica, aunque hay una relación siempre compleja.

Y algo más en términos de una perspectiva clasista en la militancia en salud mental. Una hipótesis política muy interesante de Fisher. Dice lo siguiente: el resultado de la derrota de los procesos revolucionarios, podríamos detectar que responde a aquello que Fisher llama la depresión colectiva de las clases trabajadoras y populares. Precariedad psíquica. Por eso, el proyecto de reconstrucción de la conciencia de clase no es sino el proyecto de reconstrucción de los propios ánimos de las clases. O en otros términos, que no hay reconstrucción de los proyectos revolucionarios sin recomposición anímica de nuestras propias fuerzas. Lo que implica un empoderamiento para recomponer lo que podemos, queremos, deseamos.

El libro está plagado de conceptos. Alguien dijo que hacer filosofía es crear conceptos y en este caso, encuentro conceptos como “terapia política”, “punitivismo terapéutico”, “unidades terapéuticas de base”, “paro existencial”, “extractivismo subjetivo”, etc. ¿son conceptos desplegables?, ¿pueden habilitar orientaciones, líneas, etc)?

Un amigo dice que escribir es “informar lecturas”. Es tratar de pasar por la propia vida, por la propia posibilidad de generar conceptos, acciones y cartografías, aquellas lecturas que a uno lo han conmovido, o más grandilocuentemente como decía Deleuze, “aquellos textos que uno ama”. Mi deseo es construir un tipo de lenguaje, una serie de enunciados, que puedan generar saberes útiles al interior de una disputa anímica, dada mi implicación y compromiso con una variedad de luchas, activismos e investigaciones militantes en el campo de la “salud mental”.

Uno de los núcleos es esto que vos señalabas: la relación entre terapia y política. Entre lo político y lo terapéutico, que es algo que trabaja Bifo Berardi, y otros autores y autoras. A mí me interesaba pensar la dimensión terapéutica de la política. Pensar lo terapéutico desde el punto de vista de las luchas, detectando que hay una serie de resistencias, desobediencias feministas, ecológicas, queer, obreras, etc, que generan un efecto terapéutico en nuestras propias vidas. Dicho en otro lenguaje, que modifican nuestras formas de sentir, desear, nuestra relación con el sufrimiento. Las luchas modifican nuestra manera de pensar y actuar. A eso, yo lo llamaría efecto terapéutico de las luchas. Porque se crea una mutación subjetiva en nosotros mismos, como resultado de la eficacia subjetiva de esas luchas. Lo terapéutico, la psicopolitica popular y desde abajo, es el intento de nombrar eso que las luchas hacen de nuestros cuerpos.

Mi interés no es la terapia individual. Al contrario, el libro es una critica del modelo terapéutico hegemónico, que cada vez más asume la forma de coaching, psicologías, psicoanálisis, autoayuda, etc. ¿Podemos sanar nuestras vidas dañadas, a la vez que cambiamos el mundo?¿Son procesos separados los problemas de la política colectiva y dela terapia individual, donde uno va al psicólogo, por un lado, y en el otro lado, milita, activa, etc.? El deseo del libro es aportar lenguajes políticos para construir grupos militantes de apoyo mutuo y acción directa.

En ese sentido, hay un texto que a mí me marcó mucho que es “La izquierda sin sujeto” de León Rozitchner. Traducido en dialogo de café, Rozitchner diría algo así: parecería que nosotros tendríamos que dejar nuestros problemas personales en la puerta del local o de la unidad básica. Puesto que para militar hay que olvidarse de los problemas personales, y se nos dice que el partido y el sindicato ya en si mismo son un signo de salud y bienestar. Al contrario, me interesa pensar como la militancia, sin dejar de lucharpor reivindicaciones concretas y por transformar la realidad social, puede devenir una especie de “unidad psicopolitica de base”. Una psicopolítica alternativa, donde haya algo de la sanación de las propias vidas, en el momento mismo en que nos organizamos para combatir la explotación, la precariedad, etc.

Claro, como plantea Savater, hay una idea que separa el análisis personal de las labores colectivas y políticas. Recuerdo eso que dice Sztulwark, que los grupos por si solos tampoco nos van a salvar. Un absolutismo en ambos bandos (individual por un lado, colectivo por el otro), donde se prioriza al extremo una de las dos instancias. Y vos lo planteas cuando decías, “somos posibilidad y somos obstáculo”.

Los feminismos dicen: lo personal es político. Y, en ese sentido, hay algo que señala bien Amador Fernández-Savater. Es la idea de que si hay una “izquierda sin sujeto”, es aquella que banaliza nuestros afectos, sensibilidades, como un problema secundario, subordinado a la lucha política. Mi impresión es que la lucha de clases pierde mucho espesor sensible cuando nuestros estados de ánimo, nuestros deseos, malestares, nuestras fantasías, quedan subordinadas como un momento siempre secundario de la lucha programática, institucional, estratégica, etc. Esa banalización de la vida anímica es un problema caro a las izquierdas clásicas. La lucha sindical, por ejemplo, alcanzaría para resolver nuestros padecimientos.

Mi impresión es que la transformación de nosotros mismos, en la medida en que el enemigo habita en cada uno de nosotros, es condición de posibilidad necesaria pero no suficiente para la transformación social. Combatir es también combatir contra nosotros mismos, contra aquello que tenemos incrustado del enemigo en nosotros mismos, en nuestras prácticas patriarcales, xenofóbicas, trans-odiantes, cuerdistas, etc. Este es un momento crucial de todo momento de trasformación social. Esto no quiere decir que primero tenemos que transformarnos a nosotros mismos y después tratar de transformar el mundo. Y tampoco se resuelve con la enunciación “hay una dialéctica”. Sino que la transformación que nos proponemos es tan radical que nos implica a nosotros de cabo a rabo, implica todo nuestro ser, siempre que entendamos que la lucha política no es solo un problema de conciencia, algo racional, ya que involucra activar fuerzas, movilizar afectos, conmover nuestras sensibilidades, como dice Amador con cierto eco de León Rozitchner. Me da la impresión que lo terapéutico como dimensión de lo político, y lo político como dimensión de lo terapéutico, hacen de la vida dañada, de nuestras propias vidas rotas, una dimensión estratégica de la disputa anímica.

"A mí me interesaba pensar la dimensión terapéutica de la política. Pensar lo terapéutico desde el punto de vista de las luchas, detectando que hay una serie de resistencias, desobediencias feministas, ecológicas, queer, obreras, etc, que generan un efecto terapéutico en nuestras propias vidas".

La terapia política, aparece como una disposición a la escucha, una capacidad de componerse, la posibilidad de visualizar rupturas, etc. Y la izquierda siempre ha forzado esos momentos, y el progresismo a tratado a los sujetos como víctimas. ¿Crees que es posible una práctica de terapia política desde las organizaciones?.

No quisiera quedar en el lugar de decir lo que hay que hacer. Por este motivo, voy a retomar a gente que dijo cosas importantes. Se me ocurre retomar a Deleuze y Guattari. Y, en lo principal, traer el concepto de esquizoanalisis. La voluntad de Guattari en el esquizoanalisis es elaborar una plataforma de análisis militante. Su deseo es crear dispositivos de clínica política, mediante la cual expropiarle la propiedad sobre el tratamiento de nuestros afectos a la burocracia del padecimiento psi, a la piscología, el psicoanálisis, la psiquiatría, etc. En otros términos, que la llamada salud mental no es un problema de los aparatos psi de dominación, sino de lo que hacemos nosotros en distintos espacios y tiempos por nuestra disputa anímica.

Lo popular en salud mental o la salud mental desde abajo son aquellas prácticas que producen vectores de disputa anímica, más allá del vínculo de poder entre los pacientes y los profesionales, entre los usuarios y los trabajadores de salud mental. La pregunta es: ¿Cómo producimos salud mental en los barrios, las asambleas, organizaciones, movimientos, hogares, y en los encuentros más inesperados? Esto ha ocurrido en la pandemia: las prácticas de cuidados colectivos y de acompañamiento comunitario más allá del saber psi oficial, estuvieron en la primera fila para enfrentar los padecimientos subjetivos relacionados con el Covid.

Por ultimo, agregaría un aspecto más programático, estratégico en la lucha contra el sistema, tanto en su dimensión psiquiátrica como psicológica, terapéutica o psicoanalítica. Con Gabriel Rodríguez Varela, un esquizoanalista compañero de la Catedra Abierta Félix Guattari, en 2018 o 2019 empezamos a llamar “análisis militante” a una cierta hipótesis. Nuestra idea era acelerar el proceso en curso de democratización de la función analista, democratizar las practicas que ahora mismo vienen politizando nuestros deseos, malestares, disfrutes, etc. Y profundizarlas, en el sentido de multiplicar esas prácticas en gremios, fabricas recuperadas, grupos, colectivos, etc. En esta idea de la salud mental desde abajo como construcción de dispositivos de análisis militante (no como militante orgánico), se trata de entender que esos dispositivos son ya políticos. Se trata de formas de politización del malestar, autogestivas y en primera persona.

Y otro tema que queda sonando es el de la crisis. La crisis existencial decías al principio. Pero esas instancias pueden pensarse como crisis capitalistas. El tema seria pensar como se transforman en crisis contra el capitalismo.

Es siempre difícil hablar de la crisis desde la comodidad del hogar. Hay una idea que trabaja el Colectivo Situaciones de la crisis como punto de vista. No como el infierno del cual hay que salir, el caos o el orden, sino como perspectiva, premisa de toda politización emancipadora. Como un punto de vista contra la normalidad. En este sentido habría que decir que las crisis son siempre experiencias ambiguas, pueden ser devastadoras o pueden ser una oportunidad política. A mí en el libro me interesaba pensar como la crisis del capital y la crisis en nuestra capacidad para imaginar futuros emancipatorios, se encarna de manera particular en nuestras propias crisis subjetivas. En nuestros malestares. Pensar la coexistencia entre nuestras propias crisis subjetivas, junto a las crisis sanitarias, económicas, políticas, sociales, ecológicas, etc.

Llamaría crisis subjetiva, retomando a los Situaciones, a aquel momento existencial en el cual las premisas sensibles que organizan nuestra existencia, creencias, sensibilidades, percepciones del mundo, implosionan, colapsan. Se desfondan. Cuando estas experiencias o premisas implosionan, lo primero que nos propone el orden psi es tratar de normalizar la crisis y producir bienestar. Así opera el orden psi del capital, donde no conviene habitar el dolor.

¿Qué pasa si nos aliamos con los malestares, si hacemos de nuestras crisis un punto de vista, si adoptamos nuestras experiencias como premisa de investigación y acción? ¿Aparecen nuevas preguntas, perspectivas, inteligencias colectivas y una cierta fragilidad que hay que habitar?

"Lo popular en salud mental o la salud mental desde abajo son aquellas prácticas que producen vectores de disputa anímica, más allá del vínculo de poder entre los pacientes y los profesionales, entre los usuarios y los trabajadores de salud mental. La pregunta es: ¿Cómo producimos salud mental en los barrios, las asambleas, organizaciones, movimientos, hogares, y en los encuentros más inesperados?"

Hablas de crisis y me viene 2001. Surgen imágenes creativas como las que señala Situaciones, y otras terribles, que se sienten en el cuerpo. Me quedo con ese concepto de implosión, porque señala la necesidad de estar a la escucha en los territorios. Tiene que ver directamente con la clínica política. Tal vez se trata de entender que los padecimientos son constitutivos. Y un tema que vos problematizas en el libro cuando decís: “normalizar desde arriba y politizar desde abajo”. Más pensado, intuyo, como una coexistencia de fuerzas, que como posiciones estancas.

Me interesa esa afirmación: “los padecimientos son constitutivos”. Me pregunto: ¿Como no relacionarnos con los padecimientos de una manera solucionista, simplificadora o reduccionista? Porque eliminar el malestar parece ser el sueño, bastante totalitario, mediante el cual con la eliminación del capitalismo se van a eliminar todos nuestros problemas psíquicos. Me parece que tenemos que tener una relación más ambigua con estos padecimientos. La frase “no era depresión era capitalismo” a mí me gusta mucho porque expresa cierto estado de ánimo de la lucha social, pero tendría un poco de cuidado, una cierta ambivalencia. En mi caso, retomando lo que dicen otros activistas, diría “es anorexia y es capitalismo”. Y son muchas otras cosas más que capitalismo, como patriarcado, industria de la dieta, etc. Porque no se qué pasará en el comunismo, en mi caso quizás siga teniendo problemas alimentarios. Esa ambigüedad de los afectos, su fragilidad, tal vez sea una vulnerabilidad con la cual aliarnos.

A mí me gusta una concepto, una perspectiva sensible en la cual viene insistiendo Amador Fernández-Savater. Me refiero al concepto de “la fuerza de los débiles”. Como una fuerza propia, cualitativamente distinta a la fuerza de los fuertes. Una potencia frágil, que es preciso no pensar como impotencia, sino como potencia de otro signo. Hemos tendido a pensar las fuerzas desde la óptica del enemigo, decía Rozitchner. Me interesa menos pensar la potencia nuestra como prepotencia fascista, como productivismo neoliberal, o omnipotencia izquierdista, sino como una potencia frágil, que genera ambivalencias, vulnerabilidades que pueden ser armas de sabotaje. Porque nuestros padecimientos no son simples impotencias. Los progresistas nos piensan como víctimas impotentes que necesita ser “curadas”. Pero nuestros malestares, también pueden ser fuerzas de insumisión, puede ser potencias de resistencia.

Y en relación a esto, vos planteas en las “Máquinas Psíquicas”: “el deseo no es algo dado”. No hay un deseo capitalista por un lado y comunista por el otro. No hay un deseo liberado.

Uno lee a Deleuze y Guattari, y tiene una cierta impresión: contra el deseo aparece la captura, el encierro, la sociedad de control, etc. En un contexto donde el capitalismo ha devenido una “maquina deseante”, donde el capital pone a trabajar nuestras sensibilidades, deseos, lenguajes, que explota y genera un extractivismo muy particular de la subjetividad, me interesa pensar el deseo como lo plantea Berardi, como un campo de fuerzas ambiguas. O, con Rozitchner, como “un nido de víboras”, donde habitan pulsiones de resistencia, desobediencia e insumisión, pero también pulsiones que reproducen formas de dominación, opresión, etc.

El tercer capítulo del libro intenta de manera exploratoria y defectuosa responder a dos preguntas conmovedoras para mi. Una, se la hace Rozitchner en “La izquierda sin sujeto”: ¿Cómo producir nosotros lo contrario que el sistema capitalista produce?, ¿cómo producir nosotros deseos contrarios al capital?. La otra pregunta, se la leía Marcelo Percia en “Sujeto Fabulado”: ¿Cómo acontece que deseos nacidos en el capitalismo no quieran el capitalismo?.

Yo no sabría que decir. No tengo respuestas para esas preguntas. Por eso escribí el libro.

Por último, en un momento señalas la necesidad de “tomarse en serio los delirios capitalistas”. Algo que parece muy actual, y se me viene a la cabeza Milei pero me parece que lo trasciende. Muchas veces estamos tentados a reírnos, descalificar, ironizar esas fuerzas. Pero es posible entender que a luchas activas como las del feminismo le corresponden respuestas reaccionarias intensas. ¿Estas experiencias de las derechas dicen también sobre este malestar psíquico?, ¿ordenan algo?.

Si hay una fuerza antagónica a la nuestra que está politizando los malestares es el fascismo, las nuevas derechas, etc. ¿Cuál es el signo de esa politización?. Es una politización que no genera efectos emancipatorios sino que surge de un supremacismo amenazado en sus privilegios. Un supremacismo decadente que, como diría Sztulwark, busca reforzar el orden de la opresión.

Primero, creo que no habría que tratar este delirio como motivo de burlas, apelando a un cinismo lucido. Son delirios grandilocuentes, grotescos. Preguntarse cómo funciona ese carácter alucinatorio de las derechas es importante, porque el enemigo anuncia el comunismo cuando ni siquiera nuestras fuerzas parecieran tener la potencia necesaria para plantear la discusión en la torno al comunismo con la verosimilitud y los obstáculos que eso implica. Por eso, me interesa más, como dice Juan Mattio, “disputar los delirios”. Hubo un momento en que las izquierdas hegemonizamos la imaginación política radical, donde las imágenes de futuro y presente radical parecían delirantes. Como recuperamos los delirios por izquierda, unas fantasías políticas que no se detengan en las obviedades derrotadas del “realismo capitalista”. Sin ese componente alucinatorio o delirante que, en política, es capaz de genera imágenes de futuro, todo se vuelve demasiado evidente. Sin esas potencias disruptivas, no puedo imaginar de qué modo organizar fuerzas distintas a las fuerzas del delirio del enemigo. Porque si le respondemos con la mesura del progresismo o la seriedad de la izquierda tradicional, que dice que no alcanza la relación de fuerzas, que achata los imaginarios, seremos solo impotentes.

Tal vez otra respuesta que no sirve seria considerar a esos deseos fascistas como “falsos”. Siguiendo tu análisis podríamos pensar que esos deseos no son verdaderos ni falsos sino productivos. Habría que pensar si no son producto también de una crisis de las terapias políticas progresistas.

Los fascismos puede ser leídos en términos de síntomas políticos que manifiestan la reacción de los fuertes ante sus privilegios en decadencia. Una reacción ante las fuerzas de las luchas. Por ultimo, no me gusta esa frase que nos dice que no debemos “confundir deseo con realidad”, porque supone que los deseos son una especie de distorsión perceptiva respecto a las relaciones de fuerzas reales. La pregunta que me haría es como lograr una conciencia concreta para identificar los obstáculos reales que enfrentamos para trasformar la realidad, sin banalizar nuestros deseos, fantasías, delirios, como si fueran componentes sospechosos y distorsivos. 

*Emiliano Exposto es investigador, militante y docente. 

Lic en Ciencias Políticas de la Universidad Nacional del Comahue- CURZA. 

 


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